Los 4 libros que marcaron mi adolescencia
La adolescencia es una etapa de búsqueda, de preguntas, de primeras intuiciones.
En ese momento en que muchas cosas se están definiendo, hubo libros que llegaron a mi vida casi sin querer, y que hoy entiendo como claves en la construcción de quién soy.
No solo como lectora o profesional, sino también como persona que busca habitar y construir comunidad.
Desde mi lugar como Community en La Maquinita, quiero compartir esos cuatro títulos que me marcaron.
Por Paula – Community Developer en La Maquinita Nueva Córdoba
Ficciones de Jorge Luis Borges.
Lo descubrí en la biblioteca del colegio, sin buscarlo, y aunque no lo entendí del todo, me fascinó.
Sus cuentos me enseñaron que la realidad no es algo fijo, sino una construcción personal. Aprendí que cada persona interpreta el mundo desde su propia lógica, y que en esa diversidad no hay error.
Esa fue mi primera semilla de pensamiento comunitario: la idea de crear espacios donde las distintas visiones puedan convivir.
Hoy, esa misma idea guía muchas de las experiencias que diseño desde La Maquinita.
El segundo libro que me transformó fue Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach.
Una historia simple, pero poderosa. Me mostró que la singularidad y la libertad de ser son caminos válidos, incluso cuando el entorno impulsa a la uniformidad. En ese entonces yo solo quería pertenecer, encajar.
Pero este libro me despertó preguntas nuevas: ¿cuáles son mis talentos?, ¿qué me hace distinta?
Y ahí empezó un recorrido más propio.
En los últimos años del secundario, llegó Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
Fue como entrar en un universo donde todo era posible.
Lo mágico y lo real, lo absurdo y lo doloroso, todo convive. Sentí que por primera vez una historia podía contenerlo todo. Y entendí que las comunidades, como Macondo, también son complejas, contradictorias y llenas de afecto. Que no hay comunidad sin memoria, sin conflicto, sin amor.
Esa mirada sigue presente hoy en cada encuentro que tengo con quienes llegan a La Maquinita buscando conectar.
Y por último, El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry.
Lo leí por primera vez en la adolescencia, y lo sigo releyendo cada tanto. Siempre me recuerda algo nuevo.
Fue el libro que me enseñó a no perder la capacidad de asombro, a mirar con los ojos del corazón y a valorar lo esencial, eso que muchas veces no se ve.
Hoy, esa sensibilidad me acompaña en lo cotidiano: en una sonrisa, en una charla al pasar, en un gesto mínimo que genera confianza.
Hoy, cuando vuelvo sobre esos libros, veo cómo moldearon mis preguntas, mis formas de mirar, mi forma de habitar el mundo.
Y encuentro en La Maquinita ese mismo espíritu: un espacio donde las historias personales se entrelazan, donde hay lugar para lo singular, lo colectivo, lo contradictorio y lo sensible. Como en la literatura, cada vínculo que se construye acá tiene el potencial de abrir un nuevo mundo.
Y eso, para mí, es construir comunidad