¿Decir que no? Sí… y más ahora
Ya sabemos que fin de año suele arrastrarnos por una corriente de lo que parecen ser urgencias constantes.
Cada tarea es “para ahora”. Hay que llegar a los pendientes de hace meses en cuatro semanas. Diciembre tiene que cerrar o todo es caos y destrucción.
Bajo la mirada de alguien que se acostumbra a dar todo —y un poco más— por su trabajo, este escenario no es exageración: es un miedo real.
Y así terminamos con una pila de cosas por hacer bajo una etiqueta roja gigante que dice PARA HOY.
El problema es que, además de ser físicamente imposible, tampoco es sano. Y sí, suena un poco a libro de autoayuda —sin juzgar—, pero lo sabemos.
Siempre que masticamos más de lo que podemos tragar, el resultado es el mismo: queme total. El tan conocido burnout.
Por Camila González
Cuando todo es prioridad, nada lo es
Decir que no suele vivirse como una falla. Como falta de compromiso, de garra, de profesionalismo. Pero en realidad, muchas veces es todo lo contrario.
El “sí a todo” no ordena: desordena. No aclara: satura. Y lejos de hacernos más productivos, nos deja apagados, dispersos y con la sensación constante de estar llegando tarde a todo.
Aprender a decir que no —o al menos “no ahora”, “no así”, “no en este momento”— es una forma concreta de cuidar la energía. De elegir cómo encauzar el objetivo.
Porque si todo importa, nada importa de verdad.
Restar también es avanzar
Estamos bastante entrenados para sumar: más tareas, más reuniones, más objetivos, más expectativas.
Pero pocas veces pensamos en el valor de restar.
Sacar lo que no suma, lo que no es urgente, lo que podría esperar o directamente no hace falta.
Restar no es rendirse. Es priorizar.
Es entender que la energía no es infinita y que usarla mejor suele ser más inteligente que usarla toda.
Por dónde arrancar
Decir que no no es un talento innato: es una habilidad que se entrena. Y como toda habilidad, se puede aprender y mejorar con algunas herramientas concretas.
Diferenciar urgencia de importancia:
No todo lo urgente es importante, y no todo lo importante es urgente.
Antes de decir que sí automáticamente, probá frenar y preguntarte: ¿esto mueve realmente la aguja o solo hace ruido?.
Cambiar el “sí” impulsivo por una pausa:
Varios estudios sobre carga cognitiva muestran que tomar decisiones bajo presión aumenta el estrés y empeora la calidad del trabajo.
Una frase simple como “déjame verlo y te confirmo” no es evasiva: es una forma sana de ganar tiempo para decidir mejor.
Poner límites claros, en vez de excusas largas:
Los límites claros son amables.
Un no breve y honesto suele generar menos fricción que un sí dicho a medias o con resentimiento.
No hace falta justificar todo; alcanza con ser claro.
Entender que decir que no protege el rendimiento:
La Organización Mundial de la Salud reconoce el burnout como un fenómeno asociado al estrés laboral crónico mal gestionado.
No se trata solo de cansancio: afecta la concentración, la motivación y la salud.
Aprender a decir que no es, en ese sentido, una estrategia preventiva.
Lo decimos siempre: el contexto importa
No todo depende de la fuerza de voluntad. El entorno en el que trabajamos influye directamente en nuestra capacidad de enfocarnos y sostener límites.
Espacios ruidosos, caóticos o hiperestimulantes empujan al modo urgencia constante.
En cambio, ambientes pensados para trabajar sin distracciones ayudan —casi sin darnos cuenta— a priorizar mejor.
Elegir dónde trabajar también es una decisión estratégica. Un lugar que invite a ordenar la agenda, a bajar un cambio y a concentrarse hace más fácil cumplir con lo importante sin caer en el agotamiento.
En La Maquinita, creemos que trabajar bien no es hacer todo, sino hacer lo que importa. Que cuidar la energía es parte del trabajo.
Y que decir que no, muchas veces, es la forma más inteligente de seguir avanzando.